We, the People!

domingo, 21 de febrero de 2010


Todo ser se merece que se lo observe detenidamente para poder juzgarlo. Todo ser quiere que no lo molesten. Quiere paz. Tranquilidad. Serenidad absoluta, paz.
Si detenemos todos los relojes. Si paramos de estar siempre apurados. Si nos frenamos un poco y escuchamos, vamos a poder oír la tranquilidad del mar.
¿Se dan cuenta todos?
Es tan fácil como eso. Sólo hace falta un botón pausa para poder oír nuestro alrededor y poder conectarnos unos con otros, todos con uno, uno con todos, uno con el mundo.
Pero nadie tiene tiempo. Nadie dice tenerlo, al menos. Lo que en realidad no saben es que el tiempo es eterno. Y podemos tranquilamente estirarlo como queramos y tomarnos ese minuto para conectarnos con el que esté al lado. Así al menos sabemos lo que le podría pasar o le está pasando o ya le pasó.
Es importante preocuparse por uno mismo, sí. Pero no nos concentremos sólo en nosotros. Podríamos escuchar los problemas de otros y eso nos haría sentir bien por dentro.
Si posamos nuestros ojos en el horizonte, conseguiríamos unirnos a este mundo del todo. Si nos ponemos en los zapatos del otro, la vida sería más duradera y feliz. No lo es todo uno. Todo es todo.



Y pensar que por nosotros, cada vez hay menos diversidad. Si tanto nos gusta ¿porque no hacer nada al tiempo de ayudar? Es que lo que nos conviene no es lo más seguro. Lo seguro es a veces muy fácil. Lo que nos conviene es lo que hay más allá de aquel horizonte que tanto mirábamos. Salvar lo que nos queda de este mundo es lo mejor que podemos hacer.
Lo que nos queda en todos los sentidos: lo que nos queda color verde, lo que nos queda color rojo, violeta, amarillo y azul.
El ser humano actúa como un imperio: expandiendo sus tierras. Pero a veces de tanto expandir ni siquiera sabemos qué hay en esas tierras que poseemos. Exploremos lo nuestro ¿para qué queremos más si sabemos que más no hay?

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