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domingo, 21 de febrero de 2010

Había una vez,
en un lejano reino,
una princesa celeste
que acaricia con si ensueño.
La princesa celeste,
que celeste se vestía
día a día tocaba
su tintineante campanita

Tintineante era,
tintineante es,
Y tintineante
será después.

Erase una vez,
en un reino cercano,
un príncipe elegante
que siempre dormía sentado.

El príncipe elegante
que elegante siempre estaba
fue a visitar a su princesa
que de celeste no andaba.

Esta era otra princesa,
que desde su balcón,
observaba el ocaso
mientras tarareaba una canción.

Esta princesa que canta
tenía un ruiseñor
que entonaba con ella
se rutinaria canción.

Al ruiseñor
no le agradaba
el príncipe de cartón
que vivía con su madre
en la siguiente mansión.

Pero éste no los visitaba
ya que le gustaba otra flor
la flor que desde siempre vivía
en otro balcón.

La princesa celeste
seguía tocando
su campanilla bien fuerte
para pasar un rato.

Aburrida, como siempre,
esperaba allí sentada,
a que su príncipe entre
por la puerta seleccionada.

Pero ni el príncipe elegante,
ni el príncipe de cartón
se atrevían a cruzar
la gran puerta de carbón.

No les gustaba, decían.
es que temían los dos
a que se manchen con tiza
al pasar al gran salón.

Y la princesa celeste,
lloraba a más no poder.
pues sus débiles sueños
no querían crecer.

Y la princesa que canta,
junto a su ruiseñor
iban al palacio celeste
a consolarla con una flor.

Fue la princesa que canta
la que se atrevió
a abrir la gran puerta
para que pasen los dos.

Los dos principes locos
con una tímida flor
se aventuraron un poco
para entregarle su amor.

Y la princesa celeste,
que lloraba hace días
se le secaron las lágrimas
y se llenó de alegría.

Se casó ese día
con los dos príncipitos
y se fueron de viaje
al más largo río.

La princesa que canta,
se sintió muy feliz
pues a su muy buena amiga
no tendría que recibir

Y ella se fue de gira
por tierra y por mar,
junto con su querida ave,
comiéndose un manjar.


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